En Casa fractal, Manuel Calderón proyecta un espacio que se repliega sobre sí mismo, como si buscara en su propia geometría el principio de su construcción. La planta de esta vivienda imaginaria se levanta a partir del patrón de uno de los azulejos que componen su propio suelo, una forma mínima que, por repetición, da lugar a un volumen complejo. Así, la casa se construye desde su base, pero también desde la repetición de lo vivido, como si el espacio conservara la memoria de cada gesto que lo ha habitado.
El proyecto parte de una inquietud que atraviesa buena parte del trabajo del artista: la tensión entre la experiencia interior y las estructuras arquitectónicas que la contienen. Desde antes del confinamiento, Calderón venía explorando el agobio del espacio doméstico, su potencial para volverse reflejo de lo mental, y al mismo tiempo, de lo social. Durante la pandemia, esa intuición adquirió un carácter colectivo: la casa se volvió, para muchos, un mundo cerrado, una forma autoreferencial en la que el tiempo y el espacio comenzaban a curvarse.
Casa fractal propone habitar una forma más próxima a la naturaleza que a la lógica funcional. El dibujo especulativo ensaya una arquitectura que alude a los fractales, figuras orgánicas de auto-similitud infinita, en abierta oposición a la vivienda social de líneas rectas y medidas económicas. Sin embargo, el resultado mantiene algo de esa rigidez: la forma compleja no escapa del todo a las lógicas que pretende desbordar. El proyecto no idealiza, más bien revela: incluso cuando habitamos lo aparentemente singular, seguimos insertos en un sistema que multiplica sin transformar.
La casa se vuelve así una figura simbólica: una arquitectura de la conciencia, en la que el infinito parece insinuarse, pero permanece contenido en lo finito.