En *Profundidad cautiva*, Manuel Calderón construye una ilusión de profundidad infinita con un sistema de espejos paralelos, donde el dibujo emerge esta vez como materia viva y esencial. Sobre placas de vidrio pintadas de negro, el artista interviene la superficie mediante la técnica del esgrafiado, raspando la capa opaca para permitir el paso de la luz. El trazo no suma, sino que sustrae: la imagen aparece allí donde la oscuridad ha sido herida, dejando pasar una luz que revela la forma y se multiplica en el interior de la caja.
Los dibujos representan mallas metálicas: patrones geométricos repetitivos que remiten a cercas, vallas, divisiones y fronteras. Geometrías pensadas para contener, limitar, separar. Entre ellas destaca una figura circular, única en la serie: una concertina. La espiral de cuchillas, utilizada en contextos de reclusión y defensa, se convierte en un símbolo violento: una forma curva diseñada para excluir. Pero en este dispositivo, la reiteración lumínica transforma el alambre en ornamento; el filo, en trazo delicado. Como si el reflejo amplificado no solo distorsionara su sentido original, sino que revelara la ambigüedad entre amenaza y belleza, entre sombra y resplandor.
La luz atraviesa estas formas contenidas, pero nunca se libera. Lo que parece una apertura hacia la profundidad es, en realidad, una captura de ella. La geometría, antes lenguaje de lo divino, se convierte aquí en instrumento de control. Los reflejos especulares crean una profundidad ilusoria, un espacio que parece expandirse, pero está cerrado sobre sí mismo. La imagen se proyecta hacia lo lejano, pero permanece prisionera del dispositivo.
*Profundidad cautiva* se convierte así en una meditación sobre el límite: límite visual, límite simbólico, límite político. La luz dibuja estructuras que fueron diseñadas para interrumpir el paso. Lo que brilla en el fondo no es horizonte ni posibilidad. Es el eco interminable de una geometría destinada a contener.