Durante el confinamiento de 2020, sin acceso a su estudio ni a sus materiales habituales, Manuel Calderón inició un ejercicio doméstico que marcaría un giro sutil pero significativo en su práctica: retomó el dibujo con medios elementales, en hojas construidas por él mismo, caladas a mano, con perforaciones y cuadrículas dibujadas una a una. En este espacio reducido y forzado, surgió una curiosidad por el color que lo llevó a explorar las colecciones digitales de los grandes museos, aprovechando una circunstancia excepcional: el acceso detallado y ampliado a obras clásicas como nunca antes había sido posible.
Calderón extrajo fragmentos pictóricos de esas pinturas y los trasladó, con minuciosidad, al interior de estas superficies cuadriculadas. Sin embargo, pronto comenzó a alterar esa grilla: la geometría que en principio ordenaba la superficie se convirtió en un elemento activo, capaz de distorsionar, desplazar o reinterpretar la imagen.
Así, la serie plantea una pregunta incisiva: ¿puede la estructura del soporte modificar no solo la imagen que contiene, sino también la manera en que pensamos y percibimos? Como en sus proyectos espaciales anteriores, Calderón explora cómo la geometría condiciona la experiencia: si el espacio arquitectónico delimita el movimiento del cuerpo, tal vez la grilla del papel incida también en la construcción del pensamiento visual.